La presencialidad potencia el aprendizaje tácito y la mentoría que aceleran la carrera profesional.
En la oficina, el “cómo se hace de verdad” se transmite en miradas, microcorrecciones y conversaciones espontáneas que no se improvisan en un chat. Ese conocimiento tácito —del que hablaban Polanyi y Nonaka— se absorbe viendo a gente experta lidiar con clientes, crisis y matices. Para quienes están empezando o cambiando de rol, cada día presencial es una clase magistral en vivo. Ese efecto multiplicador de la mentoría cara a cara raramente se iguala a distancia.
La colaboración cara a cara mantiene redes menos fragmentadas y favorece la innovación.
Un estudio interno de Microsoft con 61.000 empleados durante el trabajo remoto masivo (publicado en Nature Human Behaviour, 2022) encontró redes más “en silo”, menos vínculos débiles y más comunicación asíncrona, un patrón asociado con menor innovación a largo plazo. La presencialidad reequilibra el ecosistema: más encuentros fortuitos, más contexto compartido y más ciclos creativos rápidos. Las ideas difíciles requieren fricción productiva y lectura del lenguaje no verbal, algo que florece en la misma sala. Innovar no es solo intercambiar archivos; es construir significado juntos.
En promedio, los equipos totalmente remotos rinden menos que los presenciales en tareas interdependientes.
La evidencia sintetizada por Nicholas Bloom (Stanford) y coautores en 2023–2024 indica caídas promedio cercanas al 10% en productividad bajo modalidades 100% remotas en ensayos controlados, por fricciones de coordinación, formación y comunicación. El cara a cara reduce el “impuesto de coordinación”: decisiones más rápidas, menos malentendidos y menos retrabajo. Además, el feedback inmediato mejora la calidad a la primera. En trabajos con alta interdependencia, la oficina es un acelerador operativo.
La oficina protege los límites vida-trabajo y nutre el sentido de pertenencia que sostiene el bienestar.
El trayecto y los rituales presenciales actúan como interruptores mentales: se abre y se cierra la jornada, disminuyendo la sensación de “siempre conectados”. La convivencia cotidiana crea confianza, identidad de equipo y apoyo emocional, pilares de la resiliencia en épocas de presión. En la cultura hispana, donde el vínculo humano y la conversación importan, el trabajo presencial teje comunidad y propósito. No es solo un lugar: es una red de cuidado que hace más sostenible el rendimiento en el tiempo.