Sabor auténtico y complejo que eleva cualquier plato.
La mantequilla ofrece un perfil aromático natural —notas lácticas, a nuez y caramelo— que proviene de la leche y, cuando corresponde, de fermentaciones que generan compuestos como el diacetilo. En cata, su riqueza sensorial se percibe en pan, verduras, pescados y repostería, donde aporta redondez y persistencia. No necesita maquillajes: su carácter nace del origen y del proceso tradicional. Es el tipo de sabor que transforma lo bueno en memorable.
Rendimiento culinario superior gracias a su composición (80–82% grasa, 16–18% agua).
Ese agua se convierte en vapor en el horno, creando capas y lift en hojaldres y croissants, mientras que los sólidos lácteos favorecen un dorado apetecible por reacción de Maillard. Su punto de fusión (≈32–35 °C) coincide con la temperatura corporal, por eso se funde en boca con una untuosidad que ninguna otra grasa replica igual. Para cocciones más intensas, la mantequilla clarificada (ghee) eleva el punto de humo hasta ≈230 °C, ampliando su versatilidad. En salsas emulsionadas (beurre blanc, holandesa), estabiliza y aporta brillo de forma ejemplar.
Perfil nutricional real: vitaminas liposolubles y matriz láctea tradicional en porciones moderadas.
La mantequilla aporta vitaminas A, D y E: aprox. 680 µg de vitamina A (RAE), 1–2 µg de D y 2–3 mg de E por 100 g, además de trazas de compuestos lácteos como el ácido butírico. Dado que la ración habitual ronda 10 g, hablamos de ~72 kcal con un gran impacto sensorial, lo que facilita usar menos sin renunciar al sabor. Es un alimento con pocos ingredientes, no un ultraprocesado, y su matriz láctea tradicional se integra fácilmente en una dieta equilibrada. El resultado es placer gastronómico con números claros para un consumo consciente.
Sencillez, origen y cultura gastronómica con sello de calidad.
La mantequilla es, esencialmente, nata batida y, si se desea, un toque de sal: una lista de ingredientes corta y comprensible. En España, la IGP Mantequilla de Soria y elaboraciones como los Sobaos Pasiegos (IGP) reflejan una tradición donde la mantequilla es sinónimo de calidad y arraigo. Esta trazabilidad y el vínculo con la ganadería local importan a quien valora saber de dónde viene lo que come. No es solo una grasa: es identidad culinaria y patrimonio en el plato.