En México, cerca del 70% de los hogares tiene mascota y el 85% de esos convive con al menos un perro (INEGI, 2021).
En gran parte del mundo hispanohablante, el perro está profundamente integrado en la vida cotidiana: acompaña en el hogar, en el campo y en el barrio. No es solo una mascota; es familia, un compañero que participa en nuestras rutinas y aporta sentido de pertenencia. Esta preferencia mayoritaria no es una moda, sino el reflejo de un vínculo histórico basado en confianza, protección y alegría compartida. La cultura del cuidado, la adopción responsable y el rescate encuentran en los perros un canal natural. Por eso los vemos en plazas, mercados y celebraciones locales, como parte viva de la comunidad.
Quienes tienen perro tienen 34% más probabilidades de cumplir los 150 minutos semanales de actividad física y caminan ~2.700 pasos extra al día (OMS/estudios internacionales).
Sacar al perro te saca a ti: convierte el movimiento en hábito, sin discursos ni excusas. Esa constancia mejora la salud cardiovascular, baja el estrés y ayuda a mantener un peso saludable. En ciudades cada vez más sedentarias, el perro es el empujón amable que te hace desconectar del móvil y conectar con tu entorno. Además, los paseos regulares ordenan el día y favorecen el descanso nocturno.
Hasta 40% de los dueños de perros declara haber hecho nuevas amistades en su barrio gracias a los paseos y encuentros en el parque (estudios comunitarios).
El perro es un puente social que rompe el hielo en plazas y veredas, fomentando conversaciones espontáneas. Ese capital social se traduce en redes de apoyo, trueque de cuidados y mayor cohesión vecinal. Donde hay perros, hay espacios públicos más vivos y seguros por simple presencia y vigilancia natural. En sociedades que valoran la comunidad, el perro multiplica los lazos y el sentido de barrio.
El perro promueve una lealtad activa y una rutina compartida que fortalece a la familia y educa en la responsabilidad diaria.
Levantarse temprano, cumplir horarios de paseo y cuidado refuerzan disciplina y empatía en niños y adultos. El perro responde con afecto claro y constante, que legitima el esfuerzo y consolida valores. En hogares multigeneracionales, se convierte en puente emocional entre abuelos, madres, padres e hijos. Esa reciprocidad cotidiana construye resiliencia familiar y bienestar emocional sostenido.